miércoles, 28 de noviembre de 2007

Gatos Haiku III - Temple of the cat

La mentira oficial ha sido bien pergeñada: "hace casi diez milenios los egipcios domesticaron al Felis chaus y al Felis silvestris lybica en el gato doméstico que hoy conocemos. Era una relación de mutualismo en la cual unos se libraron de ratas y otras pestes y los otros se garantizaron protección y alimento..." Pura falacia. Lo cierto es que todo el desarrollo del pueblo del Nilo estaba al servicio de los gatos. La muerte de un faraón era una simple excusa para las pirámides que los inmortalizaran. Una vez erigidas, los gatos podían reinar a sus anchas, echar maldiciones, y esperar, agazapados, el sacrificio de algún ladrón de tumbas -o investigador del British Museum, que es lo mismo- para darles caza en su laberinto. Keops fue su apogeo, Ramsés II, la mascota del gato más poderoso de la historia. Un hybris imperdonable que los llevó a la decadencia. Hoy quedan pocas sucursales de esa fe agonizante. Ciertos jeroglíficos escondidos en alguna esquina cercana a Beruti y Araoz dan cuenta del último intento, abortado a medias, de levantar un gran templo: planos y presupuesto del Jardín Botánico de Buenos Aires.


Silueta


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Gatos Haiku II - Creación de Buda

Florida 030

Sobre su falda
maúlla acurrucado
Dios crea a Buda

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Gatos Haiku I

Temple guardian

En el siglo VI A.C el Emperador de Jade (un libro apócrifo ya olvidado dice que fue Buda) convocó a todos los animales del reino a una carrera para crear el zodíaco y tal vez el universo. La rata, codiciosa de victoria, rompió su promesa de despertar al gato el día de la carrera. El felino llegó tarde, detrás de las doce bestias, y quedó exluído del horóscopo chino. Sin rencores, el gato creó a su propio Buda y sus propios fieles. Otros libros secretos dicen que el universo en el que ahora habitamos es también una obra suya.

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miércoles, 7 de noviembre de 2007

La eternidad tiene forma de balón

Santiago siempre intentaba la jugada imposible; no siempre le salía. Santiago Casambre era un delantero suplente e irregular de su equipo de un torneo de fútbol amateur. Era fino, buenos pases, tocaba de primera, pero cuando había que poner, no podía correr mucho y se perdía en el juego. Moría porque le saliera esa jugada, La Jugada, y creía que así iba a trascender y tal vez redimirse de la mortalidad del hombre. Un domingo helado le tiraron un pase largo a los tres cuartos de cancha donde estaba mal parado. Como no pudo acomodarse, Santiago hizo lo que le salió: un taco magistral, soberbio, impecable, que dejó un haz entre dos defensores rivales y paró clavadito en el pecho de su compañero, quien a su vez la bajó y corrió unos metros para tirarle una pared. Nadie se la devolvió porque allí nadie quedaba y la pelota se perdió por la banda. Tras el amargo 1 a 1 no pudieron encontrar ni un rastro de Santiago, y nadie lo volvió a ver hasta unos años después, cuando el centrohalf de su anterior equipo también trascendió, en un partido por el ascenso a la C Metropolitana.

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