jueves, 17 de enero de 2008

El Oráculo

Me recomendaron hablar con Iemanjá por mi problema. Que le lleve una flor blanca y celeste. Que le pida que me la traiga de vuelta o me ayude a olvidarla. "Hablá con ella"-me dijeron. "Ella va a saber qué hacer."

Así que esa noche corté unas pocas blancas de laureles callejeros, camino a la rambla. Nos vaciamos unos tabacos y botellas. El mismo viento que acaso había limpiado la playa de gente, me empujó, solo, hacia la arena. Hacia ella.
Saqué las flores a medio marchitar del bolsillo de la campera. Las eché a las olas. Se quedaron en el mismo lugar donde cayeron. Las palabras del corazón y la locura a veces no son las mejores para hablar con algunas deidades, pero así hablé a la madre de los peces, para contarle mi dilema y preguntar qué hacer. Le pedí una señal para guiarme.
Por toda respuesta, tres gaviotas pasaron volando de norte a sur. Se fundieron con la espuma del mar y las luces del cerro. Por el norte apareció también otra. Parecía no poder pilotear el viento, hasta que una segunda gaviota acudió en su ayuda y se perdieron por donde vinieron.
Volví a la rambla y pensé que es cierto eso de que los oráculos no mienten ni se equivocan; siempre dicen la verdad. Pero las pitonisas y los sacerdotes, ah, como joden todas las cosas, esos...

Rambla de Piriápolis 05

1 comentario:

Anónimo dijo...

no puedo dormir. y escribiste bien, Iemanjá.

Acá en Corrientes la tenemos en la forma de Stella Maris (estrella del mar) y tiene un altarcito en la Costanera, si la vieras, es hermosa, bah ese lugar es especial.
Algún día cuando nuestra sangre virtual de hermanos nos tire tanto, por ahí te pegas una vuelta y la ves con tus propios ojos.
Acá las penas las lloramos al río.

y por el río nos renovamos también.

besos.
ya sabés que te quiero.